viernes, 10 de febrero de 2012

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Dulce y extremadamente adolorida
fue el timbre desnudo de su voz.
Una vez más el perro negro pretendía atacarme,
pero sé que la mayoría de fantasías
son falsedades y alucinaciones.

Sus cálidas manos
me llevaron a la abismal esquina de la habitación;
el pánico del morbo mató a mi saliva,
mis labios se desmoronaban
y mi alma enmudecía.

Cautelosamente vi su sexual miseria,
gire mi rostro e invertí el crucifijo de su cuello;
el fantasma de la cortina
deseaba danzar con el aire
bajo el gutural rugido de la madera.

¡El sátiro se masturba!
grita el patriarca
mientras sodomiza al cardenal;
sus sombríos ojos veían mis labios,
su absorbido y triste rostro exclamaba la fugaz condena
en nombre de dios.
Se paro ante mí y se desvistió
…fue cuando la reconocí por completo,
era mi pálida y fría amante,
lo supe por la negrura de su corazón,
por el sensual brillo de sus huesos
y por el sublíme filo de su daga.
¡ERA MI AMADA!
¡ERA LA MUERTE!

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